Con la muerte de Escobar, comenzó el fin de los grandes carteles de la droga.
Pablo Escobar había dicho a su familia que los mafiosos morían jóvenes y nunca por causas naturales: el capo colombiano tenía 44 años cuando cayó en un operativo policial en diciembre de 1993 y en la fecha su hermana invoca perdón ante su tumba.
En el aniversario de la muerte de uno de los narcotraficantes más poderosos, ricos y sanguinarios de la historia, Luz María Escobar recuerda la premonitoria advertencia y cómo fueron las horas que siguieron a la acción policial que terminó con dos cuerpos, uno de ellos, de barba espesa y con la barriga desnuda, el del capo, sobre un tejado de Medellín.
Los Pepes (Perseguidos por Pablo Escobar), un grupo que reunía a los enemigos mafiosos de Escobar, iba tras la cabeza del jefe del extinto cartel de Medellín – que llegó a controlar el 80% del negocio de las drogas hacia Estados Unidos– en una brutal cacería contra todo lo que oliera al capo, desde familiares, amigos y hasta abogados.
Simultáneamente, las autoridades, con el apoyo de Estados Unidos, cerraban el cerco sobre Escobar, quien ordenó una ola de ataques terroristas que dejó miles de víctimas.
Cuando comenzó a regarse la noticia de que Escobar había caído tras fugarse de una prisión que él mismo acondicionó con lujos, Luz María visitaba a su mamá Hermilda de los Dolores Gaviria en la casa de una amiga.
Premonición
Ese jueves 2 de diciembre alguien llamó para advertir que a “Escobar lo mataron”. “Le pedí a mi Dios que eso fuera mentira, y no quise decirle nada a mi mamá, pero la empleada (…) escuchó la noticia y salió a la sala donde estaba con mi madre y me hizo señas de que, efectivamente, a Pablo lo habían matado. Mi madre me dice: ¿Qué pasa?, ¿qué pasa?, y yo la abracé”.
“Pablo alguna vez nos lo había advertido: los mafiosos morían jóvenes y que nunca morían de muerte natural”, recuerda Luz María.
Las dos mujeres, junto con otra familiar de Escobar, salieron a buscar la casa donde había muerto. Un hombre en motocicleta las condujo hasta el sitio, y lo primero que vieron fue el cadáver de Álvaro Agudelo, alias Limón, tirado en el suelo de una vivienda.
Era el único guardaespaldas que tenía Escobar al momento del operativo. El hombre que manejó un ejército de temidos y jóvenes sicarios, murió prácticamente solo.
Las familiares de Escobar se dirigieron después a la casa vecina donde había quedado otro cuerpo. Uno de los policías les ofrece agua, y en ese momento llega una fiscal en tacones y falda. A ella le “tocó montarse en una escalera, y desafortunadamente baja y nos da la triste noticia que Pablo era la persona que estaba en el techo”.
Veinticuatro años después la familia sigue sosteniendo que a Pablo no lo mataron, sino “que se mató” cuando se vio herido y acorralado.
Luz María, que hasta hace un tiempo dejaba mensajes de perdón en las tumbas de las víctimas de su hermano, tuvo que convencer a la funeraria de que le entregaran dos ataúdes. Cuando llegó, le pidieron “que se fuera rapidito”. “Tenemos una amenaza de bomba, nos dicen que si los atendemos a ustedes, nos vuelan la oficina“.
Finalmente, Escobar fue enterrado en medio de una multitud. Tan odiado como temido, el capo también dejó muchos admiradores en Medellín, donde incluso todavía sobrevive el barrio que ayudó a construir para los pobres de un basurero.
La hermana del capo, que siempre se ha desligado de las actividades de Escobar, recita como mantra su mensaje de perdón frente a la tumba. “No al narcotráfico, un No a la violencia, y un Sí al perdón, y un Sí a la paz”.
Con información de AFP
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